Sáb. Nov 23rd, 2024

Palestra / Zenit

Ante unas 20 mil personas congregadas en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco rezó la oración mariana del Ángelus después de hacer también la tradicional alocución dominical la cual giró en torno al Evangelio del domingo 25 de junio. Ofrecemos a continuación las palabras del Papa en lengua española.

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En el Evangelio de hoy, Jesús repite tres veces a sus discípulos: «No tengan miedo» (Mt 10,26.28.31). No tengan miedo. Poco antes, les habló de las persecuciones que tendrán que soportar por causa del Evangelio, una realidad que sigue siendo actual: la Iglesia, de hecho, desde el principio ha conocido, junto con sus alegrías, y tenía tantas, ha conocido también persecuciones, muchas, ¿eh? Parece paradójico: el anuncio del Reino de Dios es un mensaje de paz y de justicia, fundado en la caridad fraterna y en el perdón y, sin embargo, encuentra oposición, violencia y persecución.

Jesús, no obstante, nos dice que no temamos: no porque todo irá bien en el mundo, no, no por eso, sino porque para el Padre somos preciosos y nada de lo que es bueno se perderá. Por eso nos dice que no dejemos que el miedo nos detenga, sino que temamos otra cosa, una sola cosa. ¿Pero cuál es la cosa que Jesús nos dice que debemos temer?

Lo descubrimos a través de una imagen que Jesús utiliza hoy: la imagen de la «Gehenna» (cf. v. 28). El valle de » Gehenna» era un lugar que los habitantes de Jerusalén conocían bien: era el gran vertedero de basura de la ciudad. Jesús habla de él para decir que el verdadero miedo que hay que tener es el de desechar la propia vida. Desechar la propia vida, y sobre esto Jesús dice: “Sí, tengan miedo de eso”. Como si dijera: no hay que tener tanto miedo a sufrir incomprensiones y críticas, a perder prestigio y ventajas económicas por permanecer fieles al Evangelio, no, sino a desperdiciar la existencia buscando cosas de poco valor, que no colman el sentido de la vida.

Y esto es importante para nosotros. De hecho, incluso hoy uno puede ser objeto de burlas o de discriminación si no sigue ciertos modelos de moda, que, sin embargo, a menudo ponen en el centro realidades de segunda categoría: por ejemplo, seguir las cosas en lugar de personas, rendimientos en lugar de relaciones. Veamos algunos ejemplos. Pienso en los padres, que necesitan trabajar para mantener a su familia, pero no pueden vivir solo para el trabajo, sino que necesitan tiempo para estar con sus hijos. Pienso también en un sacerdote o en una religiosa, que deben comprometerse en su servicio, pero sin olvidarse de dedicar tiempo a estar con Jesús, de lo contrario caen en la mundanidad espiritual y pierden el sentido de lo que son. Aún más, pienso en un joven o una joven, que tienen mil compromisos y pasiones: la escuela, el deporte, intereses varios, el teléfono móvil y las redes sociales, pero necesitan encontrarse con personas y organizar grandes sueños, sin perder el tiempo en cosas que pasan y no dejan huella.

Todo esto, hermanos y hermanas, conlleva cierta renuncia frente a los ídolos de la eficacia y el consumismo, pero es necesario para no perderse en las cosas, que luego se tiran, como se hacía entonces en la “Gehenna”. Y en las “Gehennas” de hoy, por el contrario, suele terminar la gente: pensemos, pensemos en los últimos, a menudo tratados como material de descarte y como objetos no deseados. Permanecer fiel a lo que importa es costoso; cuesta ir contracorriente, cuesta liberarse de los condicionamientos del pensamiento común, cuesta ser apartado por los que “siguen la moda”. Pero no importa, ¿eh?, no importa. Jesús dice: lo que cuenta es no desperdiciar el mayor bien, es decir, la vida. No desechen la vida. Solo esto debe asustarnos.

Preguntémonos entonces: Yo, ¿de qué tengo miedo? ¿De no tener lo que me gusta? ¿De no alcanzar las metas que la sociedad impone? ¿Del juicio de los demás? ¿O más bien, de no agradar al Señor y de no poner en primer lugar su Evangelio? María, siempre Virgen, Madre Sabia, nos ayude a ser sabios y valientes en las decisiones que tomamos.