El País / San Luis Potosí
Comala no existe. ¿Cómo será Comala? Millones de lectores se encontraron un día con aquel poblado fantasmal que se desmoronaba bajo un sol inclemente donde solo los muertos vivían. Cada uno de ellos tiene en su cabeza una idea propia de aquel paisaje que describió Juan Rulfo. Este 6 de noviembre, Netflix estrena una nueva versión de Pedro Páramo dirigida por Rodrigo Prieto, una de las grandes apuestas de la plataforma cinematográfica para la temporada.
El paisaje se convierte ahora en un escenario de falsos hierbajos, puertas desvencijadas y muros desconchados por los que transitan los actores Manuel García-Rulfo, Mayra Batalla, Tenoch Huerta, Héctor Kotsifakis y Dolores Heredia, entre otros. Un año y medio después de aquel rodaje, el veredicto será de los espectadores. El reto de llevar a la pantalla una obra cumbre de la literatura es mayúsculo: ¿era esa la aldea rulfiana que tenían en la cabeza? Quienes no hayan leído el libro compartirán ahora idéntica imagen del universo mexicano por excelencia, aquel que desdibuja la frontera entre los vivos y los muertos.
En mayo del año pasado, un grupo de periodistas bajo condición de embargo editorial visitaron el set de rodaje de Pedro Páramo en San Luis Potosí, donde un hormiguero de personas se desenvolvía a las órdenes de Prieto entre la hacienda de Bledos y la de Carranco, dos locaciones que se sumarán al deseo de quienes gustan visitar los lugares de filmación. La Comala desértica cobraba vida allí entre claquetas y magueyes y también pegaba el sol, no tanto como para descender al infierno y volver en busca de la cobija, como pintaba Rulfo las brasas de su pueblo inventado, pero los sombreros no estorbaban. Juan Preciado había vuelto para buscar al padre que lo abandonó, Pedro Páramo, un “rencor vivo” que esa mañana hace bromas bajo el bigotón que lo encarna, el de García- Rulfo, el mismo actor que triunfa con la serie del abogado californiano del Lincoln, también de Netflix.
Al resguardo de frescos patios interiores de la hacienda de Carranco, con sus pórticos y sus plantas, Tenoch Huerta (Juan Preciado, el hijo muerto de miedo) comentaba entonces que la película es una road movie en la búsqueda de un padre, como hacen todavía muchos de sus paisanos. “Resuena el México actual, donde más del 50% de los hogares los llevan mujeres. Es la historia de los padres ausentes que nunca vuelven”, decía. La misma idea que sigue alumbrando nuevas publicaciones literarias de otras plumas mexicanas. A la admiración por la obra de Rulfo añadía Huerta la necesidad de “desacralizar a los maestros, de reinterpretar”. “[Los actores] no venimos a hacer estatuas, sino carne y realidad”.
La ficción propone, sin embargo, una mirada fiel al libro, desde el guion adaptado por Mateo Gil, y entrecruza con maestría los dos mundos: el pasado de los vivos y el presente de los muertos, en esa carambola irreal que bordó Rulfo. Ambos tiempos se entrelazan sin lugar a pérdida: a un lado están las brumas y los claroscuros, la luz de las velas en espacios moribundos por el tiempo (rodados en los estudios Churubusco de la capital), y al otro la claridad de días que ya fueron, el sol de la Media Luna, donde el cacique tronaba su rencor antiguo contra todo el que se le pusiera por delante. Pedro Páramo también fue abandonado: por su padre, que lo veía como un vástago fallido; perdió a su amiga de la infancia, que permanece en su cabeza hasta el día de su muerte: el Rosebud de Ciudadano Kane, el trineo en la mente de todos los poderosos. “Me ha gustado buscar la vulnerabilidad de Pedro Páramo, la voz de México”, dirá García-Rulfo sentado frente a los periodistas, tímido y retraído.
Cae una lluvia loca la noche de mayo en que el director se sienta con los periodistas. Explicará que se ha agarrado “al aspecto emocional de los personajes”, tratando de romper el maniqueísmo del bueno y el malo, “buscando qué tragedias les mueven, qué culpas traen”, con la religión como telón de fondo que hace a todo ser humano pecador desde el origen. “No puedo ver a Pedro Páramo como un mal hombre, me toca más bien entender de dónde viene todo eso, que va más allá de las vivencias de un niño y se envuelve en un contexto social e histórico. Esa es la crítica de Rulfo al sistema, no juzga a los personajes”.
La obra de Rulfo, él mismo lo reconocía, hay que leerla tres veces para salir de la confusión que busca el propio texto. Prieto no ha querido envolver al espectador en el desconcierto. Quitando de aquí y poniendo de allá, jugando con las luces y los colores, la historia de Pedro Páramo y su hijo Juan Preciado se va aclarando en el largometraje. “Pero siempre se puede visitar y sacar más cosas, esa es la ventaja de que esté en Netflix. Mi intención no es que tengan que ver la película tres veces, pero pueden hacerlo”.
Antes de la comida, un buen puñado de hombres, revolucionarios de la época, se han subido y bajado del caballo varias veces. “Corten”, “repetimos”. A las mismas órdenes, entran y salen de la cocina de la hacienda otro puñado de actores ataviados por Anna Terrazas, que minutos antes explicará la meticulosa labor de meses desempeñada por artesanos y costureras para poner a disposición huaraches, rebozos, bordados, zahones repujados, botones charros, faldas y sombreros que irán cambiando de color a medida que los protagonistas evolucionen en el tiempo.
Explica Anna Terrazas: “Pedro siempre va vestido igual, pero empieza con tonos claros, café y acaba con otros más oscuros”, a medida de la vida le va llenando de insatisfacciones. “El vestuario tiene que encargarse de diferenciar las clases sociales”, añade la diseñadora, quien relata las horas de investigación sobre la época y el trabajo de expertos que han usado tintes naturales para imprimir un máximo de realismo, desde Guanajuato a Ciudad de México, Aguascalientes, Jalisco: 49 personas en el taller. “Ha sido una época que yo nunca había trabajado”. “El hábito”, dirá la diseñadora de vestuario, que también trabajó en Bardo, la película de Alejandro Iñárritu, “hace al actor”. Calzadas las botas y vestido el traje charro, García-Rulfo ya paseará su desgarbada osamenta como un John Wayne.
Mulas y ollas de barro, silos de maíz, rifles y cananas, bidones, tequila y vestimentas para una boda dan forma al México que destronaba caciques y confiscaba haciendas, donde los estamentos sociales estaban tan marcados como el mundo de los vivos y los muertos. Así es la película del laureado especialista en fotografía cinematográfica Rodrigo Prieto, sentado por primera vez en el sillón de director para echar a andar a los personajes de papel más famosos de su país, que todavía hoy encuentran correlato en el México actual. Es el momento de visitar la nueva Comala de carne y hueso, que se mueve de un tiempo a otro como la cabeza en el desvelo, entre lo real y lo fantasmagórico.
Información original: elpais.com/mexico/2024-11-05/regreso-a-comala-entre-vivos-y-muertos-por-las-haciendas-de-san-luis-potosi.html