UNAM / México
En México se observa un crecimiento sostenido de sobrepeso y obesidad en todos los grupos de población, lo cual afecta las posibilidades de desarrollo del país, alertó el académico del Instituto de Investigaciones Económicas (IIEc) de la UNAM, Agustín Rojas Martínez.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut, 2022), la ganancia excesiva de peso inicia a partir de los primeros años de vida. En niñas y niños de 5 a 11 años la prevalencia de sobrepeso registró incremento de siete por ciento desde 2006, hasta alcanzar 37.3 por ciento en 2022. En los adolescentes de 12 a 19 años hubo aumento de 24 por ciento en el mismo periodo, con una prevalencia de 41.1.
Asimismo, 75.2 por ciento de las personas mayores de 20 años presentaron sobrepeso y obesidad, y la proporción es mayor en mujeres (76.8) que en hombres (73.5), con aumento de esta última de 21.4 por ciento de 2006 a 2022. Los adultos de 40 a 60 años concentran las prevalencias más altas (85 por ciento).
Rojas Martínez, quien ha estudiado las transformaciones territoriales de la oferta alimentaria como factor de obesidad en México, recalcó que esa alerta epidemiológica existe desde hace años. La Ensanut de 2006 arrojaba resultados alarmantes.
A pesar de la instrumentación de políticas públicas que trataron de contener el rápido crecimiento del problema -que la comida “chatarra” no forme parte de la oferta en las escuelas, impuestos a alimentos y bebidas con alta densidad energética, o etiquetado frontal nutrimental en los productos- la obesidad continúa. Para atender este padecimiento y otros relacionados, se requiere cada vez más recursos, advirtió el experto.
El costo económico de atención es de aproximadamente cinco por ciento del producto interno bruto (PIB), señaló Rojas Martínez. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, tan sólo en 2019 ese impacto representó un gasto aproximado de 26 mil millones de dólares para nuestro país.
“Pero las dificultades van más allá: tenemos una población enferma que demanda servicios de salud desde una edad temprana; los niños obesos se convertirán en una población joven mermada en su esperanza y calidad de vida, con un bajo rendimiento laboral y que requerirá, una vez más, atención médica, no para la prevención, sino para el tratamiento. El problema es una bola de nieve que crece, porque los esquemas alimentarios no se modifican”.
Se va a necesitar, cada vez más, inversión hospitalaria y mayor número de médicos, enfermeras, personal de salud en general; sin embargo, el gasto en la materia se ha mantenido congelado en los últimos años, con excepción de la pandemia. Durante esta situación creció aún más el consumo de ultraprocesados porque era lo más fácil de conseguir durante el confinamiento, acotó.
“En mis investigaciones he encontrado que este es un problema que tiene como punto de partida el TLCAN, en la década de 1990, cuando se realizan cambios en los patrones de consumo, y hay una transformación de la oferta alimentaria”, explicó Rojas Martínez.
Esa transformación, detalló, tuvo que ver con la reorientación del modelo de desarrollo económico de México; aunque la consigna de la autosuficiencia alimentaria estaba presente, y se pretendía una industria agroalimentaria nacional, vino un contexto adverso en la economía del país y del mundo, de profunda crisis.
La llamada economía abierta, denominada neoliberal, transformó las formas productivas y la alimentación pasó de ser de tipo agropecuario, de consumo directo y regional, y de compras en el mercado, a industrializada.
Los ultraprocesados y la comida rápida son, incluso, más baratos, de fácil acceso y ágil consumo, aunque de peor calidad. Los consumidores los tuvieron disponibles sin necesidad de prepararlos y pudieron comerlos fuera de casa de manera inmediata, abundó Rojas Martínez.
La industria generó un esquema híbrido, en el área productiva, pero también transitó al control de los sistemas de suministro y distribución, y se desarrollaron los supermercados y tiendas de conveniencia que condensaron la nueva oferta industrializada y la estandarizaron.
En ese sentido, aseveró el experto, medidas como el etiquetado no tendrán el efecto deseado porque al intentar combatir el sobrepeso y la obesidad se dejaron de considerar otros factores estructurales: si no crece el ingreso tampoco podemos consumir mejores alimentos, por ejemplo.
Además, estimó, las políticas públicas reducen el problema a una escala individual: se dice que una persona tiene esos padecimientos por ser irresponsable al ingerirlos y no elige los saludables, cuando en realidad más elementos condicionan la ingesta.
En la actualidad hay sobreoferta de industrializados, con 60 por ciento de la producción en México, y “la población ha dejado de comer alimentos frescos”. Ante la eficiencia de los sistemas de suministro de dichos artículos, encontramos que sistemas tradicionales, como mercados públicos o tianguis, carecen de las “bondades” de los supermercados como pago con tarjeta u horario amplio, por lo que pierden terreno ante las grandes cadenas de intermediación.
“Se ha estimado que para 2050 casi 90 por ciento de los mexicanos van a tener alguna prevalencia de sobrepeso u obesidad”. No hay que ser fatalistas, pero sí reconocer que el problema no es individual sino social, sostuvo Rojas Martínez.
Ante una política pública desestructurada y desintegrada, donde cada sector -salud, alimentario, económico, social- emprende medidas por separado, se requiere el diseño de políticas donde se considere también la oferta en el mercado y el factor territorial, concluyó.