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La ONU advirtió que en la región central de Myanmar, devastada por un terremoto de 7,7 grados, la población duerme en la calle por miedo a que se derrumben los edificios, se enfrenta a las primeras lluvias del monzón y corre el riesgo de contraer enfermedades transmitidas por el agua.
El último balance de víctimas ha superado las 3500 y «es probable que aumente», declaró desde la devastada ciudad de Mandalay Titon Mitra, representante regional del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), a los periodistas en Ginebra en una videoconferencia.
Además, más de 4000 personas han resultado heridas y más del 80% de los edificios han quedado dañados, especialmente en las principales ciudades de Sagaing, Mandalay y Magway.
«El sistema sanitario está completamente desbordado, los hospitales no dan abasto con el número de pacientes que atienden», declaró Mitra, quien advirtió de la gran escasex de medicinas y material sanitario.
Según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA), más de 500.000 personas se han quedado sin acceso a una atención sanitaria vital.
El riesgo de enfermedades transmitidas por el agua es muy alto por la destrucción de tuberías de agua y las instalaciones de almacenamiento de agua están dañadas. «El saneamiento se está convirtiendo en un gran problema», ya que muchos desplazados están recurriendo a la defecación al aire libre, advirtió Mitra.
El desastre se ha visto agravado por las intensas lluvias que comenzaron antes de lo previsto en Mandalay, lo que dificulta la ayuda y empeora las condiciones de vida de los supervivientes sin hogar. El departamento de meteorología birmano prevé lluvias y fuertes vientos hasta el viernes.
Mitra señaló que el refugio es un problema importante. La gente tiene «miedo» de volver a sus casas dañadas y duermen en la calle por la noche, «a menudo sin ningún tipo de cobertura».
Además, hay carestía de alimentos, ya que los mercados locales están paralizados, los ingresos se han evaporado y se reportan casos de inflación descontrolada.
El sistema de la ONU ha hecho evaluaciones rápidas de las necesidades, incluida la integridad de los edificios para determinar si son seguros. Mitra mencionó que se está verificando la estabilidad de edificios clave, como el hospital de Sagaing, donde pacientes y médicos permanecen en estacionamientos bajo temperaturas extremas.
Aunque las hostilidades no han cesado del todo, el funcionario se mostró optimista respecto a que la ayuda pueda llegar a todos los necesitados, tras el alto el fuego anunciado por el ejército y los grupos de resistencia.
«Con una guerra civil activa, tenemos que asegurarnos de que la ayuda, si la coordinan las autoridades militares -que controlan muchas zonas afectadas-, llega a zonas que pueden estar bajo control de la resistencia», insistió.
El terremoto —el peor desastre natural en Myanmar desde el ciclón Nargis (2008)— ha exacerbado las vulnerabilidades preexistentes en un país sumido en el caos político desde el golpe de Estado de 2021. Antes del sismo, 3,5 millones de personas ya estaban desplazadas, 15 millones sufrían hambre y casi 20 millones requerían ayuda humanitaria. Además, el 20% de los cultivos de arroz se habían perdido por la violencia.
Mitra concluyó con un llamado a la comunidad internacional: «Espero que, cuando las cámaras se vayan, Myanmar no se convierta en otra crisis olvidada».