Marco Levario Turcott
Elsa Aguirre y Pedro Infante protagonizaron una de las escenas cinematográficas más recordadas de la Época de Oro del cine mexicano.
Aquello sucedió en una comedia sencilla que narra el típico enredo de esos tiempos. Elsa es Ana María quien, junto a su mamá, vive en la casa que Pedro, o sea Salvador, cree que es suya porque se la dieron como pago de una apuesta. La secuencia es parte de la cinta Cuidado con el amor, dirigida por Miguel Zacarías, estrenada a finales de 1954.
Pocos derroteros hay tan previsibles como los que emprendería un cantante para declarar su amor y pocos destinos hay tan obvios como lo que haría la destinataria de sus coplas al escuchar “Cien años”, escrita por Rubén Fuentes. Más todavía si quien suplica, acompañado por el mariachi, es Pedro Infante y lo hace acariciando a su oído.
Pasaste a mi lado
Con gran indiferencia
Tus ojos ni siquiera voltearon hacia mí
Queda para la posteridad el rostro de Elsa, su turbación mirando a la nada aunque, en realidad, lo esté haciendo consigo misma. No obstante, la trampa de la indiferencia está al descubierto. Desnuda. Ella y su estratagema de sobrevivencia. Lo dicen sus ojos extraviados y las pestañas inquietas además de las manos que revolotean bajo la barbilla. La respiración agitada y el visaje aturdido. Todo esos esos fragmentos, sin embargo, se están uniendo para abrazar a Pedro y él lo sabe, su ruego cantor refleja el gusto de estar acariciándola depositando palabras en su piel, sellando sus labios y haciendo cabriolas en su cabello.
De entonces a la fecha han transcurrido 69 años. Elsa Aguirre tenía 24 años y al momento de escribir esto, cumple 94. Quién sabe si viva cien años pero seguramente piensa en aquella escena asíduamente o eso es lo que reflejan las entrevistas que ha concedido y de las que, por cierto, se desprenden que la escena es legendaria, entre otras razones, porque la cámara reflejó la realidad: ella, por primera vez en su vida, había sentido el zarpazo del deseo y fue, precisamente, por el “Ídolo de Guamúchil” quien entonces tenía 37 años. Él también la deseaba. Tanto, que antes de grabar aquel cuadro entró al camerino para besarla y ella lo abofeteó dominada por los nervios. Él, por su parte, le propinó un “Valió la pena”. Así, como si fuera un sketch de película de los años 50.
Elsa Aguirre ya había participado en varias películas y después actuó en más de treinta. No obstante, aquel paisaje, filmado en los arcos de Tlalpan, en el Distrito Federal, es un ícono de la filmografía mexicana, los demás no. Su cualidad interpretativa no fue tan alta como su helénica prestancia y su rostro enamorado. Y vaya que fue tozuda su labor en esas lides y en otros vericuetos como el teatro y las telenovelas.
A mí juicio, la chihuahuense no se halla entre las mejores actrices, aunque convive en hermosura con Dolores del Río y María Félix. Pero el cine mexicano de los años 50 no se explica sin aquella escena (incluso sin la cinta completa si se quiere) y eso le bastó a Elsa Aguirre para figurar en otros repartos menores teniendo como atractivo principal su imagen. Pero ésta no fue suficiente para otras aventuras como su intento por ser vedette, a mediados de los años 60 del siglo pasado.
Elsa Aguirre no había actuado en Cabaret. Lo hizo en 1964 montando una rutina en “La Fuente” de la Ciudad de México. Cantó y bailó, incluso un Can-Can, ejecutando pasos difíciles con propiedad. Su guardarropa fue muy lujoso, a la altura de su propia luminosidad, y permitió que ella, por primera vez en su vida, expusiera semidesnuda sus atributos hermosos. La Venus latina, además, bajaba del Olimpo e interactuaba con la imperfecta humanidad que le perdonó todo, menos que cantara. Elsa nació para ser vista, no para actuar. Por eso no tuvo mayor resonancia en la vida nocturna de la urbe, que entonces se encontraba entre las más vistosas e intensas del mundo. La actriz fracasó, no convocó a las taquillas ni hubo más ofertas para que ella siguiera aunque siempre prevaleció su ímpetu por ser considerada sobre todo como actriz.
No encuentro asidero para documentar el papel soberbio que, en la televisión o el cine, le confiera un sitio entre las grandes de todos los tiempos. Su perseverancia es ejemplar, eso sí, aunque la respuesta testaruda de las audiencias también reflejan el destino de Elsa Aguirre, sobre todo cuando el comentario que prevalece no es sobre sus labores profesionales sino el que acuña la sorpresa de lo bella que es a pesar de su edad. Me quedo en todo caso con que la mejor interpretación de la actriz fue la de sí misma, cuando en su juventud deseó intensamente al hombre a quien, tres años después, nunca más volvería a ver en su vida.