Jue. Sep 19th, 2024

Palestra / Noticias ONU

“Hombres y mujeres tienen los mismos derechos a salir a buscar una vida digna”, señala Cándida Jiménez o Candi, artesana del municipio de Maní e integrante de la colectiva U Najil Chuy (La casa del bordado), al hablar de una de las problemáticas compartidas entre bordadoras de Yucatán, México, las principales creadoras y guardianas de un patrimonio vivo que a la vez brinda sustento a muchas familias, principalmente en poblaciones rurales.

Las bordadoras además suelen realizar el trabajo doméstico y de cuidado no remunerados en los hogares, que en México se estima con más de 12 horas a la semana a diferencia de los hombres.

Sin embargo, incluso algunas debían negociar con sus parejas o familiares hombres para salir de casa a vender o exponer sus creaciones. Esto estableció la base del proyecto que la UNESCO diseñó e implementó en México para el Desarrollo económico y social con perspectiva de género mediante el arte textil en Yucatán, donde se estiman alrededor de 100 mil mujeres bordadoras de acuerdo con el Instituto Yucateco de Emprendedores.

Como muchas mujeres a lo largo de la historia, Candi ha construido sus estrategias: se ofrecía a llevar y vender prendas de sus compañeras, a negociar con sus esposos o reunir a más mujeres para facilitar “los permisos”. Una problemática que, dice, debe hablarse: “Si es necesario, gritar hasta que nos escuchen”.

A las desigualdades y prejuicios de género se sumaban problemáticas como la venta abaratada e intermediada de sus creaciones, desventajas de competitividad por la digitalización del comercio y por el incremento de la producción industrial de prendas, que además llegan a venderse de manera engañosa como artesanales.

Por dichas razones, el proyecto de la UNESCO no sólo consideró los ejes de patrimonio cultural inmaterial, así como el de finanzas y modelos de negocios, sino también un eje sobre masculinidades para detonar reflexiones en los hombres que se relacionan con las creadoras, incluso en las cadenas de producción, en espacios públicos y la administración pública, mediante talleres con un enfoque en aprendizajes significativos.

Más de un centenar de hombres de 12 municipios participaron en los talleres, así como estudiantes de la Universidad de Oriente, en Valladolid. Esto permitió recolectar información sobre prejuicios de género para crear una guía para fomentar masculinidades responsables y libres de violencia, la cual ya está en pilotaje en Yucatán.

Candi compartió su grato asombro. Cuenta que invitó a un esposo de una de sus compañeras a los talleres. Con desconfianza, le advirtió que le estaría esperando en la puerta. Cuando llegó junto a más hombres, dice que entró en shock. No lo esperaba. Mucho menos que el hombre hasta le preguntara por más sesiones, para organizar sus horarios y porque ya les había contado a otros tantos.

Algunos de los prejuicios abordados durante los talleres fueron la asignación de oficios, tareas y prácticas como labores meramente femeninas o meramente masculinas, la infravaloración de las acciones de las mujeres que benefician al patrimonio cultural y a la economía tanto familiar como de sus comunidades, la contribución del trabajo doméstico y de cuidado no remunerados que realizan las mujeres, que los propios participantes calcularon desde los 15,000 a los 50,000 pesos al mes, entre otros, como los machismos cotidianos.

Julio César Cámara, Policía en Muna y participante del taller, al hablar de su trabajo y sobre lo aprendido, sintetizó su experiencia con la frase: “No pasarse de lanza con ellas”.

‘Te va cayendo el 20’

Juan Manuel Canto, consultor especialista en masculinidades de la UNESCO en México, explica que los hombres están y siguen muriendo más jóvenes, entre sí y por sí mismos, incluido por el descuido de la salud física y emocional, a causa de años de formación disfuncional para abordar las emociones, sobre todo aquellas que implican reconocerse como vulnerable o vulnerado. A diferencia de la violencia feminicida, ejercida sistemáticamente por hombres contra mujeres.

La esperanza de vida de los hombres en México es seis años menor a la de las mujeres, con excepción de la de las mujeres transgénero que es de 35 a 37 años. Los hombres también registran más muertes violentas: 44.4 muertes por homicidio por cada 100 mil habitantes, en comparación con 5.8 en el caso de las mujeres en 2022. Además, registran ocho de cada 10 suicidios, a pesar de que no reportan su malestar previo: sólo 9.1% de los hombres llegó a reportar sentirse con depresión más de la mitad o casi todos los días de la semana en la Encuesta Nacional de Bienestar Autorreportado de 2021, mientras que más mujeres aceptaron sentirse con depresión (16.3%).

Para Rodrigo Morales, participante del taller y profesor del municipio de Muna, es una reflexión urgente que debe llevarse al mayor número posible de hombres, en especial a jóvenes y adolescentes para impulsar cambios de conducta. Cuenta que después del taller identificó que se ha impuesto de forma generalizada la idea de que un hombre no debe expresar ni hablar de sentimientos.

“Si no sentimos que el machismo es algo malo lo vamos a seguir replicando en nuestras vidas, con nuestros hijos, y este ciclo no se va a romper”.

El primer desafío es que los hombres reconozcan las formas negativas que se han enseñado y reproducido de lo que se cree que es ser un hombre, como: practicar, permitir o reproducir relaciones desiguales de poder y ejercer violencia, la cual principalmente es contra las mujeres, pero que también se ejerce entre los hombres.

El segundo es reconocer que existen diferentes formas de masculinidades para entonces asumir responsabilidades y tomar acciones por la igualdad, el cuidado y la paz, añade Luis Felipe Romero Hicks Murakami, Especialista del Sector de Ciencias Sociales y Humanas de la UNESCO en México.

Ser uno mismo

Los estereotipos y estigmas de género también impactan en las dinámicas comerciales y de preservación del bordado en Yucatán, que cuenta con 38 diferentes tipos de puntada de las casi 300 registradas en el mundo, como el xmanikté o xmanikbe’en que es endémico y se presenta únicamente en la zona.

Julio Cab Cahuich, bordador con más de 15 años de experiencia y Director de Cultura del Municipio de Teabo, comparte que buscó empleo a sus 17 años para apoyar a sostener a su familia, su madre y cuatro hermanos menores, cuando su padre enfermó por la picadura de una víbora de cascabel y quedó postrado en hamaca.

El trabajo se aprende y se fortalece con la práctica, pero no lo contrataban como albañil, para cuidar del ganado o del campo, por su edad y por considerar que no tenía la fuerza física necesaria, por lo que su madre le ofreció aprender el xokbil chuuy (hilo contado o punto de cruz) y el doble punto, e inició con el bordado en la clandestinidad, a puerta cerrada, por considerarse una práctica de mujeres.

“Mucha gente que venía a comprar sabía que era bordado por un muchacho, pero jamás conocieron al muchacho”.

En contraste, Candi dice que sus hermanos llegan a sumarse al planchado de los bordados y prendas que realizan. Al decir que cerrará la puerta, le dijo uno de ellos en una ocasión: “abre la puerta para que la muchacha que vea voltee y mejor diga: me voy a casar con ese muchacho”. A lo que Candi responde: “Si tú quieres que se abran las puertas, las puertas se abren”.

Sin embargo, el relato contiene una cara oculta que vuelve a posicionar un tipo de masculinidad como la normativa. Julio comenta que era común que los hombres bordadores fueran señalados como homosexuales, debido a que realizaban una labor considerada únicamente para las mujeres, e igualmente como estigma y con una carga de discriminación contra la diversidad sexual.

El artesano compartió que, el señalar a un hombre como homosexual, es utilizado como herramienta para demeritar el trabajo de un competidor, como guerrilla comercial para reducir sus posibilidades de venta o de promoción. Estos sesgos también deben ser abordados y erradicados para lograr una verdadera inclusión que además impulsa un entorno de competencia económica justa y minimiza los daños a la economía de, incluso, toda una comunidad.

Por el contrario, Francisco Canche Pat, bordador de Kimbilá, en Izamal, comenta que el bordado se realiza tanto por hombres como por mujeres. Cuenta que él aprendió por una tía, pero que igualmente otro tío y su padre bordan. Por ello, considera que los obstáculos o prejuicios por cuestiones de género se deben a mentalidades anquilosadas que deben transformarse pues, dice:

“El trabajo no tiene sexo”.

El bordado maya-yucateco se realiza desde la época prehispánica y recientemente se declaró Patrimonio Cultural Inmaterial a nivel estatal por el Congreso del Estado de Yucatán, el 18 de mayo de 2024. Candi señala que las bordadoras se sienten más seguras y protegidas pues han encontrado un respaldo mediante las acciones de la UNESCO en México que han sido posibles con el financiamiento de la Fundación Banorte. Sin embargo, es necesaria la continuidad de mecanismos que garanticen su salvaguardia y promoción, lo cual requiere también de una perspectiva de género integral.

“Se nos está quitando el miedo”, dice Candi.

Como parte del proyecto de Desarrollo económico y social con perspectiva de género mediante el arte textil se vinculan las perspectivas y la implementación internacional de programas como la Prioridad de de la UNESCO de la Equidad de Género, el Patrimonio Cultural Inmaterial del Sector de Cultura, y MenTalities (mentalidades masculinas) del Sector de Ciencias Sociales y Humanas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *