Paolo Ondarza y Eugenio Murrali / Ciudad del Vaticano
Llama la atención, serena las almas. El gesto imperioso y sereno del Cristo juez de Miguel Ángel es el centro y motor del movimiento, amplio y rotatorio, de las aproximadamente cuatrocientas figuras entre almas, santos, ángeles y condenados que componen el gran muro -de unos 14 por 12 metros- detrás del altar de la Capilla Sixtina. En este lugar, cumbre del arte y la espiritualidad, se elegirá en los próximos días al sucesor de Pedro.
Bajo la mirada de Jesús y María
En el centro del Juicio Final, el Hijo de Dios está sentado semidesnudo sobre las nubes, con el brazo izquierdo descubre el costado traspasado, con el derecho levantado anuncia la proclamación del veredicto. A su lado, con él inserta en una almendra de luz, está la Virgen María: siempre ha intercedido por la salvación de los hombres, ahora tiene la cabeza vuelta hacia otro lado, casi resignada. Ya no puede intervenir, sólo esperar las palabras de su Hijo. La mirada maternal de la Virgen se dirige a la derecha, a los elegidos que ascienden al cielo en el panel con la resurrección de la carne; la mirada severa de Cristo se dirige a las almas condenadas, desesperadas y angustiadas, conducidas por los demonios a la boca del infierno. Algunos intentan en vano salvarse de la condena eterna subiendo vanamente a las nubes.
Caronte y Minos
En la parte inferior de la composición, Caronte, el timonel del infierno, golpea y obliga con su remo a los condenados a bajar de la barca para llevarlos ante Minos. El juez infernal, con largas orejas de asno, tiene el cuerpo envuelto en las espirales de una serpiente que muerde sus genitales para simbolizar el fin de la humanidad. La referencia a Dante, representado entre las almas benditas, es evidente.

Las figuras de los santos
El plasticismo escultórico de Miguel Ángel, inspirado en las obras maestras del Laocoonte o el Torso, conservadas en el Patio de las Estatuas del Vaticano por Julio II, connota también las figuras de los santos Pedro con las llaves, Lorenzo con la parrilla, Catalina de Alejandría con la rueda dentada, Sebastián, arrodillado con las flechas en la mano, y Bartolomé con la piel, que le arrancaron los verdugos, entre las manos: en ella, el artista representa su rostro deformado y angustiado. Entre estos retratos de los héroes de la fe, estudios recientes han identificado también el rostro de María Magdalena, apóstol de la esperanza, cuya fiesta litúrgica, por deseo del Papa Francisco, desde 2016 se celebra cada 22 de julio: la mujer, modelo de arrepentimiento, perdón y redención del pecado, se ha identificado con la figura de cabellos rubios que besa la gran cruz situada en el extremo izquierdo de Cristo juez.
Los ángeles del Apocalipsis
Bajo la figura majestuosa de Cristo irrumpe la potencia del sonido: el de las largas trompetas de los ángeles del apocalipsis con sus mejillas hinchadas que llenan de aire sus tubos para despertar a los muertos. Se salva quien ha entregado su vida a Cristo. Este mensaje parece surgir de los dos lunetos de la parte superior, a derecha e izquierda, donde se representan grupos de ángeles portando los símbolos de la Pasión: la cruz, los dados, la corona de espinas, la columna de la flagelación, la escalera y el palo con el puño empapado en vinagre.

La luz vence a las tinieblas
Se trata, según Miguel Ángel, de la Parusía, la venida al final de los tiempos de Jesús que inaugura el Reino de Dios. Toda la visión atormentada y angustiada en la trágica deformación de los cuerpos está, sin embargo, impregnada por el resplandor del Credo. Sobre la tiniebla triunfa la luz, el resplandor del cielo, el color del azul lapislázuli. Biagio da Cesena, maestro de ceremonias del entonces Papa Pablo III, se escandalizó, calificando de deshonesto representar a tantas «personas desnudas mostrando sus vergüenzas», considerando la composición «más adecuada para una taberna que para una capilla papal»; más tarde, tras el Concilio de Trento, se pidió al pintor Daniele da Volterra que cubriera la desnudez de algunas figuras consideradas obscenas, y otras censuras se sucedieron en siglos posteriores.
Santuario de la teología del cuerpo humano
Hace treinta años, «la restauración del siglo» devolvió a los frescos su brillantez cromática original, intuida ya en las primeras décadas del siglo XX por el fundador del Laboratorio de Restauración de los Museos Vaticanos, el marquesano Biagio Biagetti. Para mantener en buen estado de salud la superficie pictórica, restaurada en su pureza por la intervención de conservación que dejó con la boca abierta al mundo entero en 1994, cada año la Capilla Sixtina se somete a un mantenimiento ordinario entre mediados de enero y mediados de febrero, llevado a cabo por la «Oficina del Conservador» con el fin de realizar un seguimiento ambiental-climatológico de la capilla sometida a la continua interferencia de la presión antrópica.

Conciencia de la presencia de Dios
La restauración de los años noventa también fue responsable de la decisión de eliminar las ‘braguetas´, conservando sólo algunas como testimonio histórico de la Contrarreforma y de la intervención de Daniele da Volterra, apodado por ello ‘braguetón’. En la homilía de la celebración eucarística de inauguración de la restauración, Juan Pablo II no dudó en definir el Juicio Final y, más en general, la Capilla Sixtina como «el santuario de la teología del cuerpo humano». En la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis de 1996, el mismo Papa decretó que el Cónclave debía seguir celebrándose en esta sala «donde todo contribuye a hacer más viva la presencia de Dios, ante el cual cada uno deberá presentarse un día para ser juzgado ». Los frescos de Miguel Ángel, en particular el Juicio Final realizado en 450 días entre 1536 y 1541, según el Papa Wojtyla, contribuyeron a preparar las almas de los cardenales electores para acoger las mociones interiores del Espíritu Santo.
El «Tríptico Romano» de Juan Pablo II
«Y aquí mismo, a los pies de esta estupenda policromía Sixtina, / se reúnen los cardenales – / comunidad encargada de legar las llaves del Reino. / Viene aquí mismo. / Y Miguel Ángel los envuelve, aún hoy, en su visión», escribió Juan Pablo II en un testimonio único de las emociones que le suscitaron los frescos de Miguel Ángel en el momento de los cónclaves de 1978, su “Tríptico Romano”. Meditaciones (publicado por la Libreria Editrice Vaticana en 2003 y, en 2011, por Bompiani, editado por Giovanni Reale).
En el limen de la Sixtina
En su obra poética, el Papa polaco contempla la capilla: «Me encuentro en el limen de la Sixtina – / quizás esto fuera más fácil de interpretar en el lenguaje del “Génesis” – / pero el Libro esperaba la imagen. – «Es así. Esperaba a su Miguel Ángel. / Porque Aquel que creaba, / »veía» – vio que »esto era bueno». / »Veía», y así el Libro esperaba el fruto de la »visión». / Oh hombre que ves también tú, ven – / Os invoco a los »videntes» de todos los tiempos. / ¡Te invoco, Miguel Ángel! / ¡En el Vaticano hay una capilla, que espera el fruto de tu visión! / La visión espera la imagen. / Desde que el Verbo se hizo carne, la visión, desde entonces, espera».
La visión de los Cónclaves
En el mismo Tríptico Romano, como explicó el entonces cardenal Ratzinger el 6 de marzo de 2003 en la presentación de la obra, «la contemplación del Juicio Final, en el epílogo del segundo panel, es quizá la parte (…) que más conmueve más al lector. De la mirada interior del Papa surge de nuevo el recuerdo del Cónclave de agosto y octubre de 1978. Como yo también estuve allí, sé bien cómo nos expusieron aquellas imágenes en las horas de la gran decisión, cómo nos interpelaron; cómo insinuaron en nuestras almas la grandeza de la responsabilidad».
«Que a ellos hable la visión de Miguel Ángel»
Estas son las palabras de Juan Pablo II en el Tríptico Romano: «Así fue en agosto y luego en octubre, del año memorable de los dos cónclaves / y así volverá a ser, cuando surja la necesidad después de mi muerte. / Para ello, debe hablarles la visión de Miguel Ángel. / “Con-clave”: una preocupación compartida por el legado de las llaves, las Llaves del Reino. / He aquí que se ven entre el Principio y el Fin, / entre el Día de la Creación y el Día del Juicio. / ¡Al hombre le es dado morir una vez y luego el Juicio! / Una final transparencia y luz. / La transparencia de los acontecimientos – / La transparencia de las conciencias – / Es necesario que, en el cónclave, Miguel Ángel enseñe al pueblo – / No lo olvidéis: Omnia nuda et aperta sunt ante oculos Eius – / ¡Tú que todo lo penetras – indica! / Él señalará…».